A pesar de que la evolución del hombre no está dirigida a la vida en el mar, la humanidad, contra todo pronóstico, se las ha ingeniado para poder aprovecharse de la riqueza que el mar le ofrece. Hay gente que entiende los océanos de una forma que ni la ciencia moderna puede comprender. Sin embargo, este conocimiento tiene su origen en el aislamiento extremo y capacidad de las comunidades para existir, incluso en los lugares más pequeños del planeta y en las abundantes recompensas que pueden encontrarse bajo las olas o más allá del horizonte. En la isla de Lembata, en Indonesia, los pescadores de Lamalera continúan cazando cachalotes de ballena, desde sus barcos, armados con un arpón que lanzan a la espalda de las ballenas. Es una técnica muy peligrosa, propia de una escena de Moby Dick, pero una sola ballena alimentará a la población entera. Como una mancha en el Océano Pacífico, Anuta tiene menos de un kilómetro de ancho y está a más de 100 kilómetros de su vecino más cercano. El pescado y el ñame componen la dieta de la gente, pero una vez o dos al año, cuando la dirección de los vientos alisios cambia, navegan por mares traicioneros en busca de la isla rocosa de Fatukaka, donde cientos de aves marinas serán capturadas. Se utilizan estabilizadores sagrados para las canoas en este viaje y las aves se capturan con pértigas largas tradicionales y lazo. Aislados en este inmenso océano, el peligro por la vida y la integridad física es muy real.
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Planeta Humano 1-Océanos
4/26/2011
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